El médico ya trata el acoso escolar: "El gran problema es que está oculto, quien lo sufre no pide ayuda"

Publicado el 15 de mayo de 2024, 17:52

Un nuevo protocolo incorpora los centros de salud en la detección del 'bullying' entre menores, como el sufrido por Blanca, una niña de 14 años, excluida en clase y en redes sociales por sus amigos, que llegó a autolesionarse.

 

Su voz titubea mientras se lanza a relatar cómo sus amistades comenzaron a excluirla en el instituto y aún alcanza para alguna broma tímida. Pero, según profundiza en lo que ha sufrido, su cuerpo se encoge y espacia con mudez la narración, cuando reconoce que en clase se sentía «un poco sola», pues «de charlar en Plástica» pasaron a «silencios incómodos, miraditas y decir '¿Por qué no te cambias de sitio?'», tras echarla del grupo de WhatsApp sin explicación. Y retoma ya más acelerada la rumia de aquella solución fallida de hablarlo con quienes la maltrataban verbal y socialmente. «Acabó mal». Con esos «das vergüenza ajena, das cringe» o «eres una falsa» de quienes fueron sus pares de confianza, mientras malmetían contra ella y, sospecha, inventaban rumores. Esta niña de 14 años zanja con un monosílabo que resuena elocuente.

-¿Aún te agobia esta situación?

 

-Sí.

Blanca [nombre ficticio para proteger su identidad] es víctima de acoso escolar, ya en proceso de recuperación médica. Lo que a ojos inexpertos puede tildarse de cosas de chavales, de riñas adolescentes, había derivado en autolesiones. «No me gustaba mi cuerpo. En 6º me empecé a comparar con mis compañeras porque quería ser como ellas, estar más flaca», confiesa también. «La orientadora del instituto nos llamó porque habían hablado con ella y habían visto cosas un poco extrañas», prosigue su madre. «Blanca admitió que llevaba un tiempo haciéndose autolesiones y nos dijeron que directamente fuésemos a nuestro pediatra. Es verdad que no era súper grave, aunque, como padres, a mí se me cayó el mundo encima. Fuimos, y el pediatra inició el protocolo».

He ahí la novedad. Ese amarre que, junto a su familia y la rápida intervención del centro de enseñanza -«el trabajo que han hecho ha sido espectacular», agradece su progenitora-, evitó a Blanca ahondar en la deriva.

Pues, desde este mes, la Comunidad de Madrid ha activado un nuevo plan de actuación en los espacios públicos de salud, para «mejorar la detección temprana de presuntos casos de maltrato infantil en todas sus manifestaciones», apuntan. Ahora, pediatras, médicos de familia, enfermeras, odontólogos, matronas, fisioterapeutas, psicólogos y trabajadores sociales pueden tratar en menores desde el bullying, la negligencia en los cuidados o el abuso de las nuevas tecnologías hasta la sumisión química, la mutilación genital, la trata y explotación sexual o la pertenencia a bandas juveniles. «La evidencia científica habla de que hay un infradiagnóstico, que es la punta del iceberg», explica Eva Toledano, jefa de servicio de Trabajo Social y Atención Primaria de la CAM, que ha participado, junto a un equipo de profesionales del primer nivel asistencial y del hospitalario, en la elaboración durante un año de este protocolo. Porque «había una necesidad». Es el diagnóstico rotundo en el que coinciden los facultativos de Atención Primaria de la Comunidad, reunidos por GRAN MADRID, junto a esta familia.

 

 

 

Como subraya Marian Cuesta, pediatra, lo esencial es «detectar las señales de alarma» que conforman los síntomas o indicadores incluidos en este documento. «Y en un caso como el de Blanca, ya hay una señal importante, que son esos daños físicos que se hace para aliviar ese malestar. Lo importante es la detección precoz, porque cuanto más tiempo se perpetúen estas situaciones, luego podemos tener más repercusiones a nivel de salud, tanto físico como a nivel mental», ilustra sobre las consecuencias de no frenarlo a tiempo. «Son niños que, si están sometidos a un acoso mantenido, pueden desarrollar situaciones de ansiedad, incluso síntomas depresivos, a veces hasta ideaciones autolíticas, junto con pérdidas de peso, fatigas, fobias para ir al colegio...». Lo que no se circunscribe a una mera fase o, como se decía en tiempos pretéritos, «es la edad, ya se le pasará», sino que puede condicionar la etapa adulta, la carga genética e, incluso, en el peor de los casos, derivar en suicidio: esta muerte externa ha alcanzado sus máximos históricos en adolescentes y jóvenes, según la última estadística del INE sobre Defunciones según la causa de muerte. De hecho, en 2022 se quitaron la vida 75 personas de entre 15 y 19 años, un 41,5 % más que el año anterior.

 

«El gran problema de todo esto es que está muy oculto. Quien lo sufre [acoso escolar] no pide ayuda», explica Miguel Ángel Alfaro, trabajador social. Pese a que este tipo de conductas está contemplado en la Ley 8/2021 de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia.

El fenómeno apunta creciente en España. O, como comenta la madre de Blanca: «Es un trabajo que nos hace falta a la sociedad. A lo mejor hay los mismos casos que antes, pero ahora se están visibilizando más». Según el I Estudio sobre el acoso escolar y el ciberacoso en España en la infancia y en la adolescencia, realizado en 2023 por la Universidad Complutense como uno de los más completos hasta la fecha con la participación de 20.662 alumnos, se concluía que una media de dos estudiantes por clase sufren acoso escolar en España.

Pese al hábito de callarse las burlas, exclusiones o agresiones en el entorno educativo, «al final, el cuerpo habla». Como en el caso de Blanca. Con el reciente protocolo en la Sanidad regional, en cualquiera de las revisiones del niño sano, ya no sólo se evalúa lo físico, también lo social, lo escolar, el trato con las redes sociales, el problema del ciberacoso... «Ningún caso se puede considerar leve», añade la profesional de Pediatría. E incide su colega en trabajo social: «Muchas familias no saben que en Atención Primaria pueden pedir ayuda para estas problemáticas y que cada vez estamos más formados y sensibilizados para abordarlas».

Blanca asegura que «a ratos», ya se empieza «a sentir mejor». Y la sonrisa se le escapa. Su caso se derivó desde la consulta de pediatría a la de Miguel Ángel Alfaro. «La familia llega muy, muy preocupada y ella sintiéndose muy pequeñita. Empezamos a hacer una labor de contención social, de tranquilizar a la familia y ver cuál es su entorno social, en qué le está afectando, y decidir a qué recurso especializado se le deriva para continuar con el proceso». Psiquiatría y asistencia psicológica fueron los siguientes pasos. «Ahí seguimos, pero muy contentos, mucho más tranquilos», corrobora la madre de la menor, mientras se lanzan miradas cómplices. «Siempre ha sido una niña súper sociable, muy divertida, muy disfrutona y pasó una temporada que no era ella. No es igual que cuando tenía 8 años, porque ahora tiene 14, pero sí que hemos visto que se está recuperando, está volviendo a ser como es ella».

Sueña con ser escritora y cuenta que tiene entre manos ahora dos novelas: una, «sobre asesinatos e infidelidades», y otra más íntima, mientras escucha a Taylor Swift, Maneskin, Slipknot o Guns and Roses para inspirarse. «Es un poco basada en mi vida. Desde las autolesiones hasta los pensamientos de suicidio. Hay cosas que no me han pasado a mí, pero me gusta poner cosas para que sea más interesante. Pongo cómo me siento, pero un poco disimulado», comenta con ilusión. «Tiene un potencial... Es fantástica», suelta espontáneo su trabajador social. Y así se debe crecer.